miércoles, 20 de noviembre de 2013

El ojo con prejuicios es ciego, el corazón lleno de conclusiones está muerto.

Ejercítate imparcialmente en todas las áreas; es importante haberse ejercitado con gran intensidad en todos los aspectos de todas las cosas

Lo primero es imparcialidad: uno no debe tener prejuicios; y todo el mundo los tiene. Y el no tener prejuicios es un requerimiento básico para llegar a tener una visión más grande.

Para salir de las prisiones, lo primero es dejar los prejuicios... prejuicios que se llaman hinduismo, prejuicios que se llaman islamismo, prejuicios que se llaman cristianismo. Uno tiene que dejar todos los prejuicios. ¿Cómo vas a saber jamás qué es la Verdad si ya has decidido lo que es?

Si operas desde una conclusión, nunca llegarás a la Verdad. ¡Nunca! Es imposible.

No empieces aceptando a priori que algo sea verdad, no empieces con una creencia. Sólo así emprenderás una búsqueda sincera. Pero todo el mundo empieza con una creencia... unos creen en la Biblia, otros en el Corán; unos creen en el Gita, otros en el Dhammapada. Y todos empiezan con la creencia.

Creencia significa que no sabes, pero no obstante, aceptas algo como verdad. Ahora tu único esfuerzo será demostrar que ese algo es verdad. Eso se convertirá en tu manía personal. Toda creencia se convierte en manía personal. Tienes que demostrar que aquello en lo que crees es verdad. Si no lo es, vives en el error; si lo es, estás en el buen camino.

Y todo el mundo es un cúmulo de creencias y nada más.

Recuerda, todas las creencias son estúpidas. No estoy diciendo que esas creencias sean básicamente falsas; puede que no lo sean, puede que lo sean, pero creer es estúpido. Saber es inteligente. Quizá cuando llegues a saber, descubras que se trata de lo mismo que te habían dicho que creyeras; pero aun así, creer en ello es incorrecto, y saberlo es correcto. Porque una vez que crees en algo que no sabes, ya has empezado a acumular cierta oscuridad a tu alrededor que no te ayudará a saber, a ver. Ya has empezado a convertirte en alguien «bien informado». Y el saber no les sucede a aquellos que están «bien informados», sino a los inocentes. El saber sucede en aquellos ojos que están absolutamente limpios del polvo de la erudición.

Lo primero es, dice Atisha: sé imparcial, empieza sin ninguna conclusión, empieza sin ninguna creencia a priori. Empieza existencialmente, no intelectualmente; estas dos dimensiones son totalmente diferentes, no sólo diferentes, sino diametralmente opuestas.

Alguien puede empezar su camino en el amor estudiando sobre ello, yendo a la biblioteca, consultando la Enciclopedia Británica para aprender qué es el amor. Esta es una búsqueda intelectual.

Esa persona quizá reúna mucha información, quizá escriba un tratado, y quizá alguna universidad insensata le dé el título de doctor en Filosofía; pero ese doctor no sabrá nada del amor. Todo lo que escriba será intelectual, no vendrá de la experiencia. Y si no viene de la experiencia, no es verdadero.

La Verdad es una experiencia, no una creencia. A la Verdad nunca se la encuentra estudiándola: a la Verdad hay que confrontarla, a la verdad hay que encararla. La persona que estudia el amor es lo mismo que la persona que estudia el Himalaya mirando los mapas de las montañas. ¡El mapa no es la montaña! Si te obsesionas demasiado con el mapa, puede que la montaña esté justo enfrente de ti y que no seas capaz de verla.

Y así es en realidad. La montaña está enfrente de ti; pero tus ojos están llenos de mapas... mapas de la misma montaña, mapas acerca de la misma montaña, trazados por diferentes exploradores. Unos han escalado la montaña por la cara norte, otros por la cara este. Han trazado mapas diferentes: El Corán, la Biblia, el Gita... Mapas diferentes de la misma verdad. Pero tú estás demasiado lleno de mapas, demasiado cargado con su peso; no puedes avanzar ni una sola pulgada. No puedes ver la montaña que se eleva justo enfrente de ti, no puedes ver sus nevadas cimas virginales, su relucir dorado al sol de la mañana... No tienes los ojos para verlo.

El ojo con prejuicios es ciego, el corazón lleno de conclusiones está muerto.

Demasiadas conclusiones a priori hacen que tu inteligencia pierda su agudeza, su belleza, su intensidad. Tu inteligencia se embota. Y a la inteligencia embotada se le llama intelecto.

La denominada intelligentsia no es realmente inteligente, es tan sólo intelectual. El intelecto es un cadáver. Puedes decorarlo. Puedes adornarlo con maravillosas perlas, con diamantes, con esmeraldas; pero aun así, un cadáver es un cadáver.

El estar vivo es una cuestión totalmente diferente. La inteligencia es la cualidad de estar vivo; la inteligencia es espontaneidad, es permanecer abierto, es vulnerabilidad, es imparcialidad, es la valentía de operar sin conclusiones. Y ¿por qué digo que es valentía? ¡Porque es valentía!, porque cuando operas basándote en conclusiones, la conclusión te protege, la conclusión te ofrece seguridad, garantía. Tú la conoces bien, sabes cómo llegar a ella, eres muy eficiente con ella. El operar sin conclusiones es operar con inocencia. Ahí no hay seguridad, te puedes equivocar, te puedes extraviar.

El que esté dispuesto a emprender la exploración llamada Verdad tiene también que estar preparado para cometer muchos errores, muchos fallos; tiene que ser capaz de arriesgar. Uno puede perderse; pero así es como se llega. Perdiéndose muchas veces, uno aprende a cómo no extraviarse. Cometiendo muchos errores, uno llega a saber lo que es un error y cómo no cometerlo. Sabiendo lo que es un error uno se acerca más y más a lo que es la Verdad. Se trata de una exploración individual; no puedes partir de las conclusiones de los demás.


Osho

No hay comentarios:

Publicar un comentario